■ La adrenalina de los jóvenes se desbordó para aclamar al notable reportero alemán
■ “El capitalismo rapaz llegó a su límite y será sustituido por un movimiento democrático”
■ En tiempo de crisis, gula y envidia campean y ustedes esperan respuestas, dijo en Bellas Artes
Mónica Mateos-Vega/La Jornada
Günter Wallraff, frente a una multitud juvenil anoche en Bellas Artes: “no me vean como un maestro sino como alguien que quiere aprender. De manera que todos ustedes, jóvenes, que están allá afuera en los pasillos, vengan y busquen acomodo aquí. Aprenderemos juntos. Estoy sobrecogido por el elevado interés que encuentro en México hacia mi trabajo y percibo que algo nuevo está por suceder”.
El periodista alemán, reportero en activo a sus 66 años de edad que sigue cosechando triunfos en nombre de la justicia social y del bien común, colmó la Sala Manuel M. Ponce del máximo recinto cultural de México. Minutos antes de la hora de la cita, que fue fijada a las 19 horas, ya el espacio era insuficiente.
Empleados de Bellas Artes anunciaron que instalarían una pantalla y sillas, para que quienes no pudieran entrar vieran a a Wallraff. Finalmente fueron abiertas las puertas de par en par para que entrara quien quisiera y pudiera.
Muchos jóvenes quedaron en los pasillos. La convocatoria del maestro, quien los llamó desde el micrófono, los llevó finalmente puertas adentro.
No dejaban de llegar los jóvenes cuando el acto había iniciado. Repartidos los aparatos auriculares para la traducción simultánea, se soltó una breve tormenta eléctrica recinto adentro, donde todo era adrenalina: los fogonazos de los flashes de los fotógrafos, para quienes posó, sencillo, sin aspavientos, consciente del trabajo de los colegas, el maestro, aprendiz perenne.
Desenmascarar a los poderosos
Günter Wallraff se encuentra en México merced al esfuerzo de varias instituciones y personas. Las fundaciones Heinrich Böll y Friederich Ebert, así como el Instituto Goethe, entre ellas. Anoche tuvo su primer encuentro con sus lectores, sus admiradores, sus alumnos que lo son sin necesidad de matricularse, por el simple hecho de leer sus libros y seguir su comportamiento.
En la primera entrevista que concedió a algún medio mexicano, antes de tomar el avión, ya había definido los puntos cardinales (La Jornada, jueves 20 de noviembre). Anoche en Bellas Artes, después de una emocionante semblanza leída por Jürgen Moritz, el maestro Günter Wallraff dijo:
“Me he enterado, a mi llegada, que tan sólo este año han matado a 12 periodistas en México y que ninguno de sus casos ha sido resuelto. Me impresioné, porque eso significa que o el Estado ya se rindió o parte de él está metido en el crimen organizado”.
Al final, durante la sesión de preguntas y respuestas, Wallraff fue interrumpido de manera espontánea por aplausos y gritos de ¡bravo! de los jóvenes. Por ejemplo, cuando dijo: “he llegado a vencer mis miedos acercándome a los poderosos que les gusta sembrar el miedo, porque los he desenmascarado y los he puesto en ridículo, y porque he descubierto que en realidad son personas inseguras que solamente vencen sus propios temores infundiendo el terror”.
Al responder sobre el tema de Bush, afirmó: “él debería ser juzgado por un tribunal internacional de derechos humanos”.
Sobre la situación del mundo actual: “el capitalismo rabioso o rapaz llegó a su límite y será sustituido por un movimiento democrático de paz, pero que no sea de mayorías empobrecidas intelectualmente”.
Antes de la sesión de preguntas y respuestas fue proyectado un documental sobre uno de los trabajos periodísticos recientes de Günter Wallraff: cuando se infiltró en las redes comerciales conocidas como call centers. Y antes de eso fue su voluntad tomar la palabra para formular su regocijo y pedir no ser tratado como maestro sino como aprendiz. Y antes de eso, Jürgen Moritz recordó hitos importantes en la biografía de Wallraff, por ejemplo, que estuvo muy enfermo, por causa precisamente de los riesgos que enfrentó al infiltrarse a un lugar insalubre, e inclusive tuvo que recurrir al uso de una silla de ruedas. Hoy disfruta del ejercicio físico extremo como el tipo maratón.
También recordó Moritz cuando Wallraff cayó preso en Grecia y fue torturado por el gobierno de ese país. Y cuando impidió un golpe de Estado en Portugal porque se disfrazó de un alto líder de ultraderecha. Y cuando dio asilo a Salman Rushdie en su casa, en Colonia, porque era uno de los momentos más cruentos de asedio por parte de quienes lo tienen amenazado de muerte.
Juego de personalidades
Volvió a tomar la palabra Wallraff: “soy un símbolo de la sociedad que ha comprendido que el mundo no puede seguir como está. En estos momentos de crisis nos hemos dado cuenta de cómo campean la gula y la envidia, y de cómo al aprendiz de mago se le acabaron los trucos. De manera que los jóvenes preguntan y no reciben respuesta”.
Narró más detalles de su inicio en el periodismo encubierto: “yo era bibliotecario y escribía poemas, pero en un momento enrolaron a todos los jóvenes en la guerra y yo tuve un fuerte conflicto de conciencia, no quería aprender a matar, mientras que mis superiores buscaban quebrar mi voluntad. Yo llevaba una bitácora y cuando me descubrieron se espantaron y me ofrecieron que si no publicaba nada de eso me dejarían ir. Respondí que no. Finalmente me lanzaron a la calle con un certificado que decía: ‘no sirve ni para la guerra ni para la paz’, de manera que no pude regresar a mi trabajo de bibliotecario y tuve que disfrazarme. Fue así como empezó este juego de personalidades”.
Avispero de jóvenes
Anunció su proyecto de integrar una fundación para otorgar años sabáticos a periodistas, sindicalistas y estudiantes para que se infiltren. Mencionó su interés por temas mexicanos (“en México no me costaría ningún trabajo encontrar temas, sobran”, dijo), en especial el narcotráfico y los altos círculos del poder, “pero con la debida seguridad guardada, claro”. Delimitó su área de trabajo: “el límite es la vida privada de los demás, es algo que no me rebajaría a publicar”.
Al final se desbordó por completo la adrenalina. Quienes formaban la fila para que el maestro les firmara sus libros se convirtieron en un avispero de jóvenes, cámaras y libros en ristre, mientras Wallraff se armaba de sonrisas y estupefacción.
Entonces todo se volvió un auténtico homenaje, sin aspavientos ni maquinaciones. Günter Wallraff no dejaba de sonreír. “No me traten como maestro, sino como alguien que quiere aprender”, repetía.
Todo esto transcurrió en apenas 96 minutos.
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